España. Pensiones, un manual de patología política
Mientras el déficit de la Seguridad Social crece a velocidad de tren bala (está muy próximo a los 19.000 millones), el Gobierno de Mariano Rajoy, con el camafeo de Fátima Báñez en primer término, afronta el problema con el paso tardo del que arrastra los pies porque no quiere ir al dentista. Cuando el déficit supera los 1.000 euros por afiliado, las mesas en el Pacto de Toledo discurren con la extremada placidez que Mayor Oreja atribuyó a la dictadura franquista. El tiempo corre en contra de las pensiones: el gasto sigue creciendo a tasas próximas al 9%, los ingresos crecieron en 2106 apenas el 2% (gracias a famosas reformas, porque la masa de contratos precarios no suministra fondos al sistema) y, cuando se les pregunta, ministros y secretarios de Estado responden con la monserga “lo que hay que hacer es crear empleo”. Palabras vacías, melopeas para ignorar la crueldad de los hechos.
No es necesario recordar que el sistema público de pensiones atraviesa por un momento delicado. Es un tópico bien fundado. La amenaza se resolverá de forma indolora, porque si las cotizaciones no bastan para pagar las prestaciones o bien se recortarán las pensiones (una decisión tóxica para un Gobierno) o bien se recurrirá al endeudamiento. Casi ningún problema económico está tan bien diagnosticado como el de las pensiones públicas: los gastos crecen más deprisa que los ingresos, las prestaciones cada vez son más caras, la presión demográfica es imparable —aumenta el tiempo de percepción, porque los españoles viven más años— y la supuesta reforma aprobada por el PP es, hasta el momento, un fracaso sonrojante. Existe un cierto consenso en que hay que trasladar algunas pensiones (viudedad) a Presupuestos, subir las bases máximas de cotización y eliminar las tarifas planas de cotización (otra joya en la historia mundial de los errores).
Entonces ¿por qué Rajoy, Báñez y demás no aceleran la decisión sobre las pensiones? Según una especulación política extendida, el Gobierno espera a que el PSOE haya completado su regeneración o renovación después de las primarias; el PP necesita o prefiere ese interlocutor político. Bien, sea pues. Pero la explicación principal está en la propia naturaleza del partido que gobierna España. Está aquejado de patologías políticas —no solo el PP, claro, pero en él los caracteres están muy acentuados— que en una persona serían indicios claros de psicopatía. Bien entendido que los rasgos psicopáticos consisten, grosso modo, en incapacidad se sentir empatía con el entorno (los ciudadanos, en este caso) y tendencia a rehuir la responsabilidad propia echando la culpa a los demás. Tal cual.
Fuente: El País