Gustavo Demarco. El camino de un cordobés que salió de la UNC y llegó al Banco Mundial
Gustavo Demarco fue docente de macroeconomía, pasó por el Estado nacional asesorando en la formación de las AFJP y ahora coordina un equipo internacional que investiga y asesora en sistemas de jubilaciones y pensiones.
En los ‘80, Gustavo Demarco pasaba sus días dando clases de macroeconomía en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), hasta que el llamado de un colega desde el Ministerio de Trabajo de la Nación le cambió la vida. El Gobierno necesitaba proyecciones macroeconómicas para el sistema de jubilaciones y pensiones, y a partir de ahí no dejó nunca más de trabajar en estos temas, a punto tal que su pasión lo llevó al Banco Mundial. Hoy, desde Washington, en Estados Unidos, coordina equipos de investigadores en distintos lugares del mundo.
–¿Desde hace cuánto tiempo estás en el Banco Mundial?
–Entré en 2002, hace más de 20 años.
–No se te fue todavía la tonada cordobesa. ¿Dónde naciste?
–Yo soy de Cosquín. Era docente de macroeconomía en la Facultad de Ciencias Económicas de la UNC, donde fui secretario académico entre 1986 y 1988 y vicedecano entre 1988 y 1990. Todo esto hasta que me llamaron desde el Ministerio de Trabajo de la Nación.
–¿Por qué te llamaron?
–En los noventa, Walter Schultz, con quien yo había trabajado en la universidad, me llamó porque el Ministerio de Trabajo de la Nación necesitaba proyecciones macroeconómicas sobre el sistema de jubilaciones y pensiones. Y desde ese momento el tema me apasionó. Ahí participé de la reforma de la Ley de Jubilaciones.
–O sea que estuviste en la cocina del sistema de AFJP.
–Sí. Además, a partir de 1994, y durante ocho años, trabajé en la Superintendencia de Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) hasta 2002, que entré en el Banco Mundial.
–¿Cuál es tu rol en el Banco Mundial?
–Soy líder global del programa de Pensiones. Este trabajo es realizado por un equipo de 20 personas en distintas regiones del mundo. Estamos organizados en seis regiones: América latina, Europa del Este, zona sur de África, norte de África y Medio Oriente, Asia del Este y Asia del Sur. En cada equipo, hay expertos que trabajan en distintas áreas en las que opera, desde educación, infraestructuras, temas macrofiscales, gobernabilidad y protección social. Hay gente que trabaja apoyando los programas sociales, pensiones, mercado de trabajo y empleo, por ejemplo. Cada región trabaja en forma independiente. Lo que yo hago, desde Washington, es una coordinación temática.
–Supongo que cuando cayeron las AFJP, en 2008, se te habrá caído un lagrimón. ¿Podrían haber sobrevivido en esta economía inflacionaria?
–Yo creo que, si uno intenta explicar las razones por las cuales este sistema de ahorro provisional cayó, hay que buscar distintos factores determinantes. Algunos tienen que ver con cierta expresión de preferencia de parte del Gobierno como también de algunos sectores de opinión de la gente. Otros tienen que ver con algunos errores de diseño y de implementación. Las AFJP eran especies de bancos que gestionaron ahorros de largo plazo para retiro (capitalización). El aumento de los precios es un desafío, pero no hay ninguna razón para pensar que la inflación afecte al ahorro a largo plazo más que a los sistemas de ahorro a corto plazo (como puede ser un plazo fijo). El sistema de ahorro para el retiro estaba razonablemente protegido de la inflación.
–Pero, en una economía inflacionaria como la argentina, ¿no es mejor un sistema de reparto administrado por el Estado?
–La gestión pública no mejora necesariamente la protección de los sistemas frente a una alta inflación y la evidencia es que hoy, con sistemas de gestión pública, los jubilados están siendo afectados porque las jubilaciones no se están ajustando al mismo ritmo que el aumento de los precios. La alta inflación es una amenaza para cualquier institución económica o social.
–¿Qué funcionó mejor en Latinoamérica?, ¿el sistema de reparto o de capitalización?
–La verdad es que no son las propiedades las que hacen que un modelo sea mejor que otro. Cualquier sistema, tanto de ahorro como de reparto, puede garantizar un cierto nivel de jubilaciones o pensiones que se definan como objetivo político. Lo que no puede hacer un sistema de ahorro es pagar jubilaciones superiores a las contribuciones que se hacen al sistema. Esto lo puede hacer un sistema de reparto, pero también tiene sus sus limitaciones.
–¿Por qué?
–Porque implica usar recursos del presupuesto nacional para complementar los recursos de las cajas o instituciones de jubilaciones. Hay un límite natural, que es cuánto del presupuesto nacional se puede destinar a sostener un sistema de jubilaciones deficitario. Por otro lado, hay una cuestión de equidad, es decir si los sistemas de jubilaciones requieren permanentes aportes del tesoro nacional.
–Si el sistema es deficitario, la cuestión es de dónde salen los fondos para financiarlo.
–Claro. Básicamente, en esto no hay nada mágico. El presupuesto nacional se puede asignar para pagar más jubilaciones y menos salud, o más jubilaciones y menos educación o más educación y menos salud y jubilación.
–En Argentina, hay gente que piensa que esto no es tan así.
–Pero la realidad es que cuando los sistemas no están preparados para dar una respuesta, se termina apelando a mecanismos espurios como la emisión de moneda o de deuda para financiar el déficit.
–¿Cuándo los sistemas jubilatorios empiezan a fallar?
–Cuando prometen más de lo que pueden pagar o cuando generan falsas expectativas de pagar jubilaciones a edades más tempranas de las que se pueden financiar. Todos los sistemas previsionales tienen el mismo problema para alinear estos parámetros: si yo quiero tener una jubilación de un determinado porcentaje de mi salario a una cierta edad, necesito pagar una cierta tasa de cotización (aporte). Estas tres variables son dependientes.
–¿Cómo es esto?
–O el aportante paga más aportes de modo tal que se puedan pagar jubilaciones más altas a una edad relativamente baja o, por el contrario, hay que elevar la edad jubilatoria para no afectar los aportes ni los beneficios. Estas cosas tienen que estar alineadas, tanto en un régimen de capitalización como de reparto.
–Ahora, en Latinoamérica funcionaron varios sistemas de capitalización.
–Hubo una docena de países que aplicaron el sistema de ahorro. El primero fue Chile en 1981; después vinieron Perú, con una réplica del esquema chileno, y Argentina con un sistema mixto en 1994 (capitalización y reparto). Uruguay también adoptó un sistema mixto. Además se aplicó en Colombia, República Dominicana, Costa Rica y El Salvador. Sólo se revirtieron en Argentina, Ecuador y en parte Perú.
–Entonces, el sistema de ahorro funcionó en algunos casos y en otros no.
–Depende de qué ángulo lo queremos mirar. Si queremos mirar cuál es el sistema que garantiza que la jubilación sea proporcional al esfuerzo de contribución que se hizo a lo largo de la vida activa, el más claro es el sistema de capitalización. Pero si queremos mirar cuáles son los sistemas que pueden pagar jubilaciones más altas que las cotizaciones que se pagan, entonces esto lo garantiza el sistemas de reparto.
–El problema adicional en Argentina es que hay un jubilado cada 1,8 aportantes. ¿Esa relación es sostenible? ¿Cuál es la relación aconsejable?
–Depende de la expectativa de jubilación. En Argentina hay una expectativa de beneficios jubilatorios más alta de lo que los sistemas pueden llegar a pagar, en función de la cantidad de años que la gente está dispuesta a trabajar. Si la gente trabajara más años, eso permitiría pagar jubilaciones más altas con el mismo aporte. No hay una regla de oro. Si uno mira los sistemas de jubilaciones de todo el mundo, las fórmulas son muy distintas.
–¿Por ejemplo?
–Nueva Zelanda solamente pagan en una jubilación relativamente baja a través del sistema previsional, igual para todos. Lo que uno quiere cobrar por arriba de esa jubilación básica se obtiene a través de cuentas de ahorro especialmente diseñadas. Se llama KiwiSaver. Una jubilación del 80% u 82% requiere un plan consistente.
–Ahora, lo sucedido en Francia muestra que la gente no quiere que se extienda la edad jubilatoria.
–Exactamente. Algo parecido pasó en Rusia y la respuesta no es obvia. Yo tengo 65 y ojalá pudiera seguir trabajando una buena cantidad de años más, pero no va a ser posible porque no me van a dejar. En algunos casos, la gente se siente cansada, pero en otros hay motivaciones más complejas: tiene miedo de perder el trabajo, de sentirse discriminada, de no estar a la altura de los requerimientos tecnológicos.
–¿Hay países que están tratando este problema?
–Se está haciendo muy poco para acompañar el aumento de la expectativa de vida con un alargamiento de las carreras laborales. Los programas de capacitación normalmente están enfocados a los jóvenes y al primer trabajo. No hay mucho para trabajadores de 50 años y más. Yo mismo recibo avisos de actividades para el desarrollo de carrera que, muchas veces, las paso por alto, cuando tendría que estar en condiciones de seguir generando habilidades y siendo competitivo y productivo.
–Hay que generar incentivos…
–Hay que empezar por esto y decirle a la gente que hay que trabajar más años porque vivimos más, lo cual es una buena noticia. Un sistema donde por cada jubilado hay un trabajador y medio no se sostiene porque cada vez hay más jubilados, ya que las personas vivimos más años. Pero esto es un proceso para el cual hay que educar y acompañar. No es la forma salir de golpe a decir que hay que subir las edades de jubilación.
–En la Argentina, se suma la falta de fondos para financiar el sistema.
–Exactamente. El problema de sostenimiento del sistema previsional es serio y se agrava con los años. Además, con los planes de regularización y las moratorias, Argentina logró un resultado espectacular en extensión de la cobertura y eso es bueno. El problema es que esto se hizo sin recursos o con recursos insuficientes. Los planes de pago están fuertemente subsidiados y esto se ve reflejado en los costos para mantener el sistema.
–¿Hay alguna alternativa que se pueda probar? Porque ya tenemos un déficit en torno al 10% del PIB.
–A la corta o a la larga, el sistema jubilatorio argentino va a tener que virar a carreras laborales más largas. Esto tiene que vincularse con políticas de acompañamiento. No puede haber una decisión fundamentada sólo en razones fiscales. Si no hay recursos, las jubilaciones se van a cortar. No estoy pronosticando una catástrofe, es algo que ya está ocurriendo. Si no podemos pagar jubilaciones del 80% y se va a terminar pagando el 40%, hay que tratar de ver qué se puede hacer para pagar jubilaciones que estén en el medio. Pero esto implica un esfuerzo de sinceramiento que debe hacerse con una alta cuota de credibilidad.
–O sea que es un problema político.
–Cuando la credibilidad en los funcionarios públicos está erosionada, es muy difícil. Para que la gente acepte hacer un sacrificio tiene que venir de un gobierno que también muestre voluntad de sacrificio. Alinear y sincerar los parámetros es una necesidad del próximo gobierno.
Fuente: La voz