La desestructuración del sistema peruano de pensiones
Por María Amparo Cruz Saco, Bruno Seminario, Favio Leiva, Carla Moreno & María Alejandra Zegarra
El acelerado envejecimiento y la elevación de la esperanza de vida en todas partes son remarcables. Las pirámides de edad se están transformando en rectángulos (Bengtson & Lowenstein, pp. 6-9). Ello implica que las proporciones de niños, jóvenes, adultos y personas mayores serán aproximadamente iguales. Las tasas de dependencia se elevan de modo tal que un número menor de personas
en edad de trabajar financia a un número mayor de personas mayores, de 65+ años. Este proceso ocurre también en países emergentes y en desarrollo –con importantes comunidades tradicionales–, donde el envejecimiento se acelera.
En ellas, las familias operan bajo redes de parentesco que se organizan alrededor de distintas modalidades de uniones rituales (por ejemplo, matrimonio, concubinato, uniones civiles, etc.). Los valores y las morales que norman el comportamiento promueven la solidaridad y el cuidado mutuo. El cuidado de niños, personas enfermas y personas mayores recae desproporcionalmente
sobre las mujeres. Ellas asumen este cuidado además de las tareas del hogar y su participación en el mercado laboral.
Cuando la cercanía geográfica lo permite, un gran número de personas mayores y abuelos apoyan en la crianza de niños y jóvenes, desarrollan tareas de mantenimiento en el hogar y aseguran la transferencia intergeneracional de valores y tradiciones (Silverstein, Giarrusso, & Bengtson, 2003). Mientras los países industrializados envejecían, su elevado ingreso promedio les permitía encontrar soluciones flexibles a sus dilemas de envejecimiento. Pero la historia es completamente diferente en los países en desarrollo con sociedades tradicionales. Estos no han acumulado aún los recursos necesarios para satisfacer las necesidades tanto financieras como de
cuidado de las personas mayores. Una gran proporción de los adultos mayores carecen de una pensión y son apoyados por sus familiares.
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